viernes, 10 de diciembre de 2004

Galería de fotos 01


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Conferencia en el "Café Tortoni".
Horacio Spinetto, Carlos Szwarcer y Lily Sosa de Newton. Abril de 2003.
  
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Plaza Defensa. Conferencia "Los Cafés Porteños"
Eleonora Noga Alberti (Músicologa) y Carlos Szwarcer. Agosto de 2003.

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Liliana Barela(Directora del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires)
y Carlos Szwarcer en el Salón Dorado del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

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Frente del "Café Izmir": Arquitectas Vivian Balanovski y María Marta Lupano junto a Carlos Szwarcer. Grupo Promotor del Area de Protección Histórica de Villa Crespo. Año 2004.

Siete Gatos

Por Carlos Szwarcer


La tormenta había pasado como una ráfaga pero fue tan violenta que esos escasos minutos parecieron el mismísimo diluvio universal. El agua en la esquina de Camargo y Serrano llegaba a un metro de altura y otra vez se había formado un auténtico lago artificial. Desde antaño esa zona, entre otras, de Villa Crespo (1) soportaba el desborde frecuente del Maldonado. (2)

Para colmo de males ese jueves se cumplían tres días sin que se supiera nada de Jaim. "¿Qué le habrá pasado. A ke najamú va a vinir?" (3), pensaba en voz alta Luna, su esposa. El hombre, que hacía tiempo no tenía trabajo fijo, se había ido una vez más al puerto para conseguir alguna changa (4) como estibador. Evitó hacer hasta el más mínimo ruido para que ninguno de sus cuatro hijos se despertara. Diestro en el sigilo, antes de levantarse, le murmuró al oído a su mujer: "Lunika vo a probar suerte..."

- En bonora (5) - le había respondido ella, en un tono tan ambiguo que no se sabía si escondía incredulidad o esperanza.

Aquel día, Jaim se dirigió a tientas hasta la palangana enlozada que yacía arrinconada en la esquina sur de la única habitación familiar, hundió los dedos para humedecerse apenas los párpados y despegarse las nocturnas lagañas acumuladas. En esa penumbra se había vestido y antes del amanecer se había marchado, en absoluto silencio, como siempre, detrás de su suerte.

"No tengo de que preocuparme", mascullaba Luna; después de todo su esposo un mes atrás se demoró cuatro días en regresar. Casi dos jornadas había deambulado hasta conseguir trabajo, en las dieciocho horas siguientes consiguió algunos pesos bajando fatigosamente fardos de un buque llegado de Montevideo, vía Bordeaux, y el cuarto día lo utilizó para gastarse en el Café la mitad de lo ganado. El rakí (6) y las bailarinas, contorneándose al son de chiftetellis y kalamantianos (7), eran su debilidad, como para otros izmirlíes. Bojor, su hijo mayor, más de una vez tuvo que ir buscarlo y llevárselo "preto candil" (8) al inquilinato.

"¿Habrá pasado anoche por el Café?", se preguntaba Luna mientras escuchaba caer la lluvia sobre el techo de chapa. Desalentada permaneció un largo rato con los ojos alertas clavados en los visillos de crochet que colgaban en la puerta de entrada de la habitación. Su ansiedad crecía a medida que pasaban las horas. No tenían siquiera un céntimo para comer. Le daba vergüenza pedirle dinero prestado, una vez más, a su vecina Victoria, la istambulí (9) del cuarto de al lado. Se calzó las chancletas, se abrochó el batón floreado y dando un largo bostezo acomodó la frazada sobre sus hijas Esther y Raquel que estaban a medio destapar; hizo un metro más y miró el colchón sobre las baldosas en el que dormían sus dos hijos varones. Davico, tenía un hilo de baba que mojaba la almohada, roncaba boca abajo con su antebrazo apoyado sobre la frente del infortunado Bojor que, recién despierto, observaba a su madre con los ojos entreabiertos y una mueca de ligera resignación.

Luna no había despertado a sus hiyicos (10) para ir al colegio, qué sentido tenía. Dora, la vecina del cuarto de adelante, le había avisado temprano que con el aguacero la calle Camargo parecía Venecia. A las diez y media de la mañana el cielo gris comenzó a aclarar y por lo menos las veredas se dejaban transitar, entonces terminó de despabilar a Bojor y lo mandó a ver si su padre estaba en el Café, suponía que se había demorado una vez más allí. No obstante, le recomendó que de no encontrarlo en el "Izmir" recorriera otros cien metros sobre la calle Gurruchaga, hasta el mercadito "San Bernardo" : "Vate de Abraham", le dijo. " A ver si te da hígado para el gato". El muchacho no tardó en convencer a su hermano menor para que lo acompañara.

El agua ya había bajado de las veredas dejando las baldosas cubiertas por decenas de bolitas desprendidas de los plátanos y que deshechas alfombraban de verde musgo la cuadra.

- Por aquí no estuvo tu padre – les respondió ásperamente uno de los mozos del Café Izmir.

Los dos jóvenes se miraron inexpresivos, levantaron los hombros unos instantes y continuaron con el plan delineado por su madre; siguieron camino hasta la mitad de la siguiente cuadra donde estaba el mercadito. A Davico, desde muy pequeño, le atrajo el ajetreo de la pollería, cada vez que pasaba observaba extasiado el puesto maloliente como si gozara de una película de suspenso sentado en una destartalada butaca del viejo cine Rívoli (11), esta vez no fue la excepción. Se detuvo allí, obnubilado, justo en el momento que degollaban un pollo. El ruidoso cacareo de las gallinas le sonaba a canturreo luctuoso de un coro que redondeaba un ritual que lo excitaba; disfrutó de la "ceremonia macabra" hasta que Bojor lo sacó del trance estirándole el cuello de la camisa con el dedo índice y se lo llevó a los empujones unos metros hasta que se chocaron con la mesada de mármol del carnicero.

- Hola Don Abraham – lo saludó Bojor.

Restregándose las manos y tomando inmediatamente el cuchillo recién afilado preguntó el carnicero: "¿Ke vinites a bushkar?", aunque intuyó que la compra no sería importante y que tendría que tener alguna actitud piadosa.

- Y... mire... , mi mamá dice que si me puede dar un pedazo de hígado... para el gato. – le rogó el hermano mayor, con cara de angelito inocente.

- Ah ... hígado para el gato... A ver... cuantos gatos son? – preguntó capciosamente el puestero.

- Somos... yo... mi hermano, mis hermanas... somos siete. – respondió Bojor rápido e ingenuamente, mientras se rascaba la cabeza y sonreía con cierto nerviosismo.

- Ah ... siete gatos – susurró Don Abraham de un modo tal que sus lánguidas palabras sonaron tan rumiadas como llegadas de un eco lejano.

El carnicero hizo un dilatado silencio, miró fijamente los ojos bien abiertos de los manzebikos (12) que esperaban ansiosos una respuesta que se hizo esperar demasiado. Cuando ya comenzaban a inquietarse, el matarife abrió lentamente la heladera y sacó un hígado grande, lo apoyó delicadamente en el mármol y volvió a levantar la vista encontrándose nuevamente con los cuatro ojos bien redondos, que esta vez lo miraban sin pestañear y con las cejas enarcadas. Apretó disimuladamente sus labios para ocultar un repentino sentimiento de compasión por los dos imberbes y comenzó a cercenar el hígado fresco, exactamente por la mitad. Pasaban por su cabeza una tras otras imágenes de un pasado que quería perder para siempre pero que, cada tanto, lo sobresaltaban, angustiándolo. Sabía muy bien qué sentían esos chicos. El mismo había sobrellevado tempranamente demasiadas necesidades en su vida y tuvo que pedir también para comer más de una vez. Recordó la guerra, la invasión griega de Esmirna. la Bahía de Izmir. El Karatash (13), las privaciones, el hambre...

- ¿Y... Don Abraham? - abruptamente lo devolvió al presente la pregunta de Bojor, que no alcanzaba a entender porqué el sefaradí se había quedado medio paralizado, con el hígado ya partido en dos y la vista perdida en algún punto lejano.

Con un imperceptible movimiento de cabeza, el carnicero volvió en sí, enderezó su espalda, colocó prolijamente en la bolsa uno de los pedazos de la víscera y con un brusco ademán se la alcanzó estirando su macizo brazo sobre el mostrador. "Toma y váte a tu casa", le dijo con gesto severo, evitando mostrar lástima o ternura. Enseguida resonó un apurado "¡Gracias Don Abraham!" de los hermanos que salían a pasos rápidos del mercado temiendo que el carnicero se arrepintiera. Ya en la calle, un mohín imperceptible y cómplice los unió y comentaron entusiasmados cómo saborearían las milanesas de hígado que les prepararía su madre, o tal vez en pedacitos saltado con cebolla. ¡Qué banquete!, imaginaron. Se les hizo agua la boca.

- ¿ Le dejaremos algo al gato? - preguntaba Davico riendo exageradamente.

Corrieron alegres hacia el conventillo saltando entre los charcos de la vereda. Subieron la escalera de a dos escalones y pasaron como un torbellino el primer patio. Dora, la vecina de adelante, les observaba atentamente los movimientos y con una áspera y carvernosa tos, evidentemente fingida, les advertía que no toleraría que rompiesen otra maceta de malvones.

Entraron a la pieza agitados. Bojor levantó la bolsa con el hígado, lo mostraba a su madre como un trofeo ganado con astucia y sacrificio. Pero algo raro pasaba; ella estaba parada al lado de la mesa, demasiado seria, con los brazos cruzados. Sus hermanas observaban sentadas, con aire de resignación a su padre estirado en la cama matrimonial, tumbado por el cansancio, durmiendo profundamente. Varios rollos de tela yacían arrumbados a un costado, contra la pared. Bojor y Davico supieron más tarde que era el fruto final de la ganancia en la dársena, que cuando su progenitor volvía a la casa lo sorprendió el chaparrón, justo a dos metros de la entrada de "El Baratillo Misterioso", la casa de compraventa. El dueño del famoso comercio, en el que se hacían los negocios más variados, lo había convencido para que se llevara un lote de saldo de telas, asegurándole que le haría una muy buena diferencia. Jaim llegó con "el bogo" (14) a su casa y sin un centavo, jurando que vendería los paños de algodón "sin falta, mañana".

Ese día la familia comió hígado saltado con cebolla y arroz a la turca, de almuerzo y cena, incluso "kimaklí", el gato. Por la noche Jaim todavía trataba de convencer a Luna de que a partir del día siguiente su vida cambiaría.

- ¿Adió Lunika ke es ese musho? (15)

Luna permaneció en silencio, molesta. Le había recriminado a su esposo que en vez de llevar el dinero a su casa le llenara de telas baratas la habitación. El se sentía en falta y nunca soportó demasiado verla enojada; decidió esperar prudentemente unos instantes a que Luna soltara alguna palabra, algún gesto de aprobación. Estuvo un par de minutos mirándole fijamente la nuca, resoplando de tanto en tanto, como reclamándole benevolencia, pero ella seguía muy seria mirando la pared.

- Lunika vo a probar suerte! - insistió Jaim

- Ke Dió mos guadre...(16) - le contestó ella, con un tono que sólo denotaba escepticismo al tiempo que meneaba la cabeza como el péndulo de un reloj.

- El Dió es tadrozo ma no olvidozo... kirida. (17) - sentenció Jaim, procurando convencerla de que pronto vendrían días de "leche y miel"

Sabiendo que su esposo insistía con cara de carnero degollado, y que no la dejaría en paz hasta recibir una palabra de aliento, dio vuelta la cara y le dijo: "Esta bien, desha esa cara de simbil (18) y... Kolai liviano ke se te haga!" (19)

Jaim no alcanzó a sonreír cuando se escucharon gritos en el patio. Luna salió a calmar a su hija Esther que lloraba desaforadamente por el golpe de balero (20) que su hermano Davico le había pegado justo en el medio de la frente, sin querer.

- ¡Garón de Kampana! (21) – le gritaba Davico a Esther.

- ¡Gameo grande! (22) - le aulló su madre. -¡Mira como deyaste a tu hermana!... ¿Ke le hizites? – agregó, abrazando a Esther que sollozaba.

El hijo mayor observaba aturdido la escena y decidió no intervenir. Entró al cuarto para ayudar al padre a terminar de ordenar los rollos de tela en un rincón pero enseguida se escuchó: "¡El güerco me iervara a mí! (23) Jaim ven aquí, es que no escuchas que tus hiyos se están sacando los oyos!" (24), rogó con desesperación. El hombre dejó el rollo de tela que estaba acomodando y mientras salía al patio refunfuñaba: " Amán, Amán, esto kere el Dió ... Patrón del mundo... (25) Hiyos criar...fierro mashcar." (26)

Bojor se quedó en el cuarto y para evadirse de la discusión entre sus padres y del barullo del patio sacó de su rotoso portafolio de cuero gastado su libro de cabecera, en realidad era el único que tenía, un obsequio de su tía Violeta, que se lo había comprado a un cuentenik (27) a precio regalado, porque le faltaban como diez páginas: "El Martín Fierro"(28), lo comenzó a leer por enésima vez. Cada vez que se reñía en la familia lo abría en la misma parte: "los hermanos sean unidos... porque si entre hermanos se pelean los devoran los de ajuera (29)", cuando imprevistamente entró Davico corriendo como una tromba y detrás su padre con el cinturón en la mano. Uno de los dos pisó la palangana y el agua saltó mojando a Luna que entraba implorándole al marido "...dale un shusto...no lo ajarves...!(30)

Apenas encontró un hueco entre el atolladero, Bojor salió al patio con el libro en la mano. Allí todavía lloraba Esther consolada por su hermana Raquel.

Se acercó inquieto Don León, el vecino: "¿Amán... (31) Bojor, qué son estos gritos?".

El muchacho levantó la cabeza y antes de contestarle miró el cielo estrellado, recordó la tormenta con la que comenzó ese largo día, el paso por el Café Izmir, la excursión al mercadito San Bernardo para mendigar el pedazo de hígado, su padre volviendo con los bolsillos vacíos y un remanente de telas pasadas de moda. Después de ese repaso tortuoso y veloz, sacó la vista de la luna plateada y menguante en la que se había detenido y atinó a responderle al vecino: "Está todo bien Don León no se preocupe... nada nuevo... vaya tranquilo.", y haciendo una pausa le agregó una expresión de deseo, que en medio del tremendo alboroto era difícil de creer: "¡...Nochada buena!"(32)

Davico pasó entre León y Bojor corriendo, con las mejillas coloradas, lo seguía pesadamente su padre, resoplando y revoleando el cinturón. En la persecución el adolescente alocado se llevó por delante la maceta de malvones de Doña Dora.

Bojor ahogó un gritó pero se le escapó a media voz: "¡¡¡ Noooo...Davico, otra vez la maceta, no!!!"

Lentamente y haciendo creer que no vio nada, Don León se fue camino a su pieza en puntas de pie exclamando al viento: "¡Sí... nochada buena!" Sabía que lo mejor era, sin la menor duda, que su esposa Dora se enterara recién por la mañana lo de la maceta rota, cuando eso ocurriera él ya estaría bien lejos, en su trabajo, lidiando con los metales en los Talleres Máspero. Mejor era no oír a su muyer kafrar (33) cuando le tocaban sus plantikas. (34)

Una hora después, cuando todo había vuelto a la "normalidad", Luna se acercó a tapar a sus hiyos. Davico dormía boca abajo, tenía ardiendo las nalgas de las dos veces que lo alcanzó la hebilla del grueso cinturón de cuero de su padre. A su lado Bojor, que fingía estar dormido, apretaba sobre su pecho el Martín Fierro, su madre se lo sacó despacio y lo dejó sobre la mesa. El libro estaba abierto en la página sesenta y ocho en la que una estrofa, marcada alguna vez con lápiz por su hijo, sobresalía de las demás: "... Y recuerde cada cual / lo que cada cual sufrió / que lo que es, amigo mío yo / hago ansí (35) la cuenta mía: ya lo pasado pasó, / mañana será otro día."

Luna se acostó al lado de su marido que quebraba el silencio del cuarto roncando como un volcán en plena erupción. Todos dormían menos ella, creyó. Había sido una movida y embarazosa jornada. En la soledad de su vigilia dio un agudo y esforzado golpe de vista al cuarto, a las inmóviles siluetas recortadas que apenas se dejaban ver en el espacio semi oscuro: Jaim, otra vez en casa; en la cama chica sus dos hiyas y en el colchón del piso sus dos hiyos. Kimaklí, el gato, dormía enroscado arriba de un rollo de tela rayada. Estaban los siete, habían cenado. ¿Podía pedir algo más?. Se puso de costado, apretó sus manos entrelazando los dedos y antes de cerrar los ojos, para darse ánimo, recordó aquel viejo dicho: "El Dió manda helada asigún la muntanya." (36) Respiró profundo, cerró los ojos y justo antes de ser vencida por el sueño escuchó la media voz casi secreta de Bojor que, despidiéndose del insomnio, le decía: "!Má... Nochada buena."

– Nochada buena hiyico... Nochada buena, le respondió con ternura y se durmieron.


Notas:

1) Barrio de la ciudad de Buenos Aires con gran concentración de judíos
2) Arroyo que cruza la ciudad de Bs. As. A principios de la década del 30 aún no estaba entubado.
3) Cuándo vendrá. Tarde o nunca.
4) Trabajo temporario.
5) Con buena suerte
6) Anís
7) Músicas rítmicas, turca y griega, frecuentes en el Imperio Otomano.
8) Borracho.
9) Judía sefaradí nacida en Istambul (Estambul)
10) Hijos.
11) Cine del barrio, cercano al sector judeo-español.
12) Jóvenes.
13) Barrio judío de la ciudad de Izmir (Esmirna)
14) Atado. Fardo.
15) Labios, boca. En este caso la expresión es "mala cara" o "enojada".
16) Que Dios nos ayude, nos guarde.
17) Dios puede llegar tarde pero nuca olvida.
18) Deja esa cara de trasero.
19) Que sea fácil el comienzo de una acción, en este caso el trabajo.
20) Juego que consiste en insertar un palillo en el único agujero de una bola de madera
21) Que habla alto o grita, como campana que suena fuerte.
22) Camello. Se dice del torpe que hace cosas de chicos, o del ignorante.
23) Que me lleve el Diablo.
24) Tus hijos se están peleando. Sacando los ojos.
25) Expresión para los malos momentos, invocando a Dios, el dueño del mundo.
26) Criar hijos es tan difícil como mascar hierro.
27) Vendedor ambulante que da crédito. Vende en cuotas.
28) Libro tradicional argentino escrito por José Hernández en el siglo XIX. Obra que en versos describe las vicisitudes del gaucho argentino.
29) Afuera.
30) Asústalo, no lo dañes.
31) Término que indica desconcierto, asombro ante algo inesperado.
32) Que se tenga buena noche. Aquí expresa un buen dormir, sin sobresaltos.
33) Mujer que protesta, enojada.
34) Plantas
35) Así.
36) Dicho que revela un Dios que envía pruebas y pesares pero acordes a quienes están preparados para recibirlas y sacar sabiduría de las mismas.


Carlos Szwarcer
Publicado en "Los Muestros" Nº 57. Diciembre de 2004. Bruselas. Bélgica.

miércoles, 13 de octubre de 2004

OTROS TIEMPOS - una reflexión sobre el futuro -

por Carlos Szwarcer


Al cumplirse dos años del primer número de la revista del CECAO no puedo menos que observar con gran satisfacción el crecimiento de este proyecto de difusión cultural que sabemos se hace muy cuesta arriba en un país como el nuestro, con grandes dificultades. Sostener los sueños con perseverancia, aun frente a todos los escollos que aparecen en el camino, es una manera de creer en un mañana mejor. Felicitaciones.
A propósito de aniversarios suelen surgir inevitables reflexiones sobre el tiempo transcurrido. Recuerdo que nuestro profesor de Filosofía Antigua nos preguntó en la primera clase, sin ningún tipo de anestesia: “¿qué es el tiempo?” Nos quedamos todos como si nos hubieran pegado un cross a la mandíbula. El sabía muy bien que nos tenía que movilizar las neuronas si pretendíamos comenzar a entender, por lo menos algo, a Platón o Aristóteles. Abordar el concepto de tiempo no es solamente tarea de físicos, matemáticos o historiadores. La vida misma está impregnada por la dimensión temporal y a la vuelta de cualquier esquina nos podemos tropezar con alguien que con unas pocas palabras y sentido común, nos ubique frente a la puerta misma que lleva a una interpretación ciertamente entendible sobre el significado del tiempo y, más todavía, que nos ayude a vislumbrar un poco el sentido de la vida.
Hace exactamente 20 años tuve que viajar a Córdoba Capital para asistir a un Congreso y en una de las visitas al centro de la ciudad, en un encuentro con un comerciante japonés, tuve la posibilidad de cambiar opiniones sobre China, Japón y nuestro país. Llegamos a un punto en el cual surgió una enriquecedora disquisición sobre la idiosincrasia de cada pueblo y la relación del ser humano con ...el tiempo. Este hombre sumamente agradable me iluminó con un antiguo adagio oriental: un sabio anciano regaba día tras día un retoño y sistemáticamente unos jóvenes se mofaban espetándole, maliciosamente, que era vana su acción, le insistían insultándolo una y otra vez: “¡Viejo imbécil, no verás jamás el retoño convertido en frondoso árbol!”. El honorable geronte proféticamente les respondió: “¡Es verdad, tal vez no viva para ver el árbol crecido, pero qué hermosa sombra les dará un día a mis nietos!”.
Aquella conversación casual me dejaría una gran enseñanza. Pensar y vivir en términos compatibles con la honradez, la integridad o la justicia es dejarle a nuestra descendencia, a las nuevas generaciones, un humilde pero firme legado, es una buena dirección hacia donde dirigir nuestros desvelos.
La historia muestra que cada presente tiene una gran complejidad y se le asigna al mismo una carga negativa por su ligazón a las manifestaciones de pobreza, desidia, impunidad o injusticia. Así ocurre con nuestra actualidad. Por ejemplo, recientemente, se cerró un ciclo inexplicable: a diez años del atentado a la AMIA no hay culpables entre rejas, como si nadie hubiera sido responsable de aquellas muertes. Están en auge los secuestros, el reparto de planes Jefes y Jefas de Familia, los piquetes, etc., etc., y ni que hablar de la problemática internacional; como otras tantas cosas son parte de nuestra realidad. ¿Podremos comenzar a marchar hacia un mañana distinto? Aldous Huxley dijo que “Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió de las lecciones de la historia”, prefiero pensar que - no obstante las críticas que siempre le hará el hombre al presente que vive - hay otro mundo posible. El futuro puede sentirse como una inmensidad en penumbras, porque la fuerza del tiempo nos arroja el porvenir como incertidumbre pero, según se mire, puede ser también esperanza. Por lo menos yo me quedo con esta última idea y con la imagen del futuro como un faro que destella en la oscuridad.

Carlos Szwarcer
Publicado en Revista de Estudios Culturales del CECAO. Año II. Nº 24. Octubre de 2004. Córdoba. Argentina

lunes, 7 de junio de 2004

ULTRAJE A LA DIVERSIDAD CULTURAL -Demolición del Café y Bar Izmir-

por Carlos Szwarcer

En una nota anterior contamos parte de la historia del Conventillo el Nacional, más conocido como “Conventillo de la Paloma”. Problemas judiciales y diversos intereses estuvieron a punto de llevar al remate y la demolición a este predio histórico en el que se inspiró Roberto Vacarezza para su famoso sainete y en el que hoy viven 16 familias. A último momento pudo salvarse de un posible camino a las topadoras mediante una ley de la legislatura porteña del día 22 de Abril de 2004 que lo protege, en tanto una disposición cautelar, refrendada por ésta, lo declaró Patrimonio Cultural. No tuvo la misma suerte el Café y Bar Izmir, también Hito Histórico de Villa Crespo y del Buenos Aires cosmopolita. De su historia hoy nos ocuparemos.
El local fue construido hacia 1932, sobre la base de una sala y tres habitaciones de un inquilinato de Gurruchaga 432 / 436 y funcionó como Café desde mediados de esa década. Ubicado en un barrio sorprendente, de múltiples realidades por el que deambulaban musas, poetas y juglares donde, por supuesto, el tango echó raíces En sus inquilinatos convivían el criollo, el tano, el gallego, el ruso, el turco, etc., y la zona se fue caracterizando por la dinámica relación entre las diversas etnias. Gurruchaga fue la calle que concentró a la inmigración sefaradí de habla hispana, llegada, sobre todo, de Turquía y los Balcanes. A juzgar por los comentarios de vecinos de aquella época, “la gente se cruzaba de vereda de aquí a allá” como si fuera “peatonal, una feria, un mercado persa”. Los vendedores ambulantes ofrecían sus telas, ropa usada, plumeros y los más diversos artículos que uno pueda imaginarse, aunque lo más codiciado eran los manjares típicos, delicias paradisíacas para los sefaradíes. En este torbellino urbano cada oficio callejero agregaba su cuota de variedad y así se cruzaban el zapatero remendón, con su caja de herramientas apoyada en la espalda, con el fabricante de yogur casero que hacía firuletes con su bandejón, apurando el reparto a su selecta clientela de los conventillos; al mismo tiempo los carros de verduleros, meloneros o cesteros pregonaban su mercancía arrimándose al cordón. Convivían en el café distintos tipos de personajes de los que se conocen sabrosas anécdotas. La mayoría de los asistentes eran hombres que residían en los alrededores, aunque a este lugar pintoresco llegaba gente de otros barrios: Flores, el Centro, La Boca, Palermo e inclusive de varias provincias y de la ciudad de Montevideo. Una actividad laboral predominante en muchos habitués fue la compraventa, sobre todo enseres hogareños: camas, mesas, sillas, veladores y aun ropa, muchas veces usada. El negocio de saldos no le iba a la zaga. Salían muy temprano a “timbrear” por los barrios de la ciudad y pueblos de la Provincia de Buenos Aires.
El Café ponía a disposición de su clientela una importante colección de discos de pasta griegos y turcos y la música se abría paso hasta la calle, entre el humo espeso del tabaco y el de la cocción de los shishes (carne picada o trozos de cordero o hígado asados al carbón en unos pinches metálicos) servidos al plato o dentro de una pita - pan árabe - a modo de sándwich. Era tradicional una “picada” llamada “mezé“, compuesta por una variedad de platitos típicos: queso blanco de cabra, aceitunas, rabanitos, pepinos, huevo duro, etc., y el infaltable “rakí”, anís, que a veces era convertido en un líquido de aspecto lechoso debido al agregado de agua. El juego de naipes, especialmente “loba” o “pastra” y el “table” (similar al backgamon) eran parte de los entretenimientos. Pero esos hombres deliraban cuando tocaba la orquesta oriental: mandolín, laúd, kanún (instrumento de cuerda ejecutado con plectros), pandereta, dumblek (tambor pequeño), violín, etc. La llegada de los músicos y las odaliscas, en horas de la noche, habitualmente los viernes y fines de semana, era todo un acontecimiento barrial: La “música turca” era ciertamente popular y el baile coronaba un sutil efecto de seducción. Perviven en el recuerdo famosas y voluptuosas bailarinas como Madame Jannette, Flora, las Livias, etc. y diestros bailarines como Abraham Sadrinas o Elías Bajar. Aunque con una mayoritaria presencia judeo-sefaradí, no faltaban griegos, armenios y de otras colectividades. “No había odios... en paz”, afirman los testimonios. Rafael Alejandro Alboger, sefaradí oriundo de Esmirna (Izmir), afianzó el estilo oriental del Café, del que se hizo cargo en 1940 hasta mediados de los ’60, cuando fallece; este hecho agregado a las transformaciones sociales y a la
compra del fondo de comercio por una familia asturiana que le dio al Izmir un uso convencional, hicieron que declinara gradualmente hasta cerrar en Octubre de 2000, al poco tiempo de haber sido designado, en virtud de su rica historia, Café Notable de la Ciudad por la “Comisión de Protección y Promoción de los Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables de la ciudad de Buenos Aires.” El 19 de Abril comenzaron a demoler este símbolo de la Diversidad Cultural y de la Convivencia Pacífica; finalizaron con el sacrilegio el 4 de Mayo, pese a los esfuerzos de los vecinos por evitarlo. Fue otra “Víctima de la burocracia” - como expresaron varios medios de comunicación - y de la mala voluntad de los dueños del predio, que no quisieron siquiera dialogar con el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y con sectores de la sociedad, entre ellos el Grupo Promotor del Área de Protección Histórica de Villa Crespo, el cual presentó propuestas que respetaban el proyecto particular de levantar un edificio y, al mismo tiempo, preservaban el Café Izmir. Ha quedado un campo yermo, un baldío inconcebible en un sitio donde se mantuvo altivo durante siete décadas un edificio representativo de la historia barrial, considerado “emblema de la ciudad” y “parte de la esencia porteña”. En estos momentos se intenta preservar al menos un sector de la planta baja del edificio proyectado para que en un futuro se pueda recrear este Café por donde pasaron varias corrientes inmigratorias que con sus esfuerzos y sus sueños de paz ayudaron a engrandecer este país que les dio cobijo. Los ciudadanos debemos ser custodios de la memoria que nos identifica con un territorio y con una manera de ser, pero es obligación de las áreas pertinentes del Gobierno que no demoren su accionar y defiendan los lugares que conforman nuestra identidad, que protejan esos espacios tan racionales como mágicos que contienen el legado de nuestro pasado. Acaso sea necesario recordarles a muchos dirigentes la importancia vital que tienen nuestros Patrimonios Culturales y de paso mencionarles las sabias palabras del escritor Fréderic Mistral: “Los árboles de raíces más hondas son siempre los que crecen más alto”. Hasta la próxima...

Carlos Szwarcer
Publicado en Revista de Estudios Culturales del CECAO. Año II. Nº 20. Junio de 2004. Córdoba. Argentina.

lunes, 10 de mayo de 2004

EL CONVENTILLO DE LA PALOMA UN SIGLO DESPUES

Por Carlos Szwarcer


La 2º edición de las visitas “Los Barrios Porteños Abren sus Puertas”, me ha encontrado participando nuevamente entre sus guías. En Villa Crespo hemos presentado para este evento cultural, hace un mes, dos edificios históricos que tienen un fuerte contenido simbólico para la ciudad: el ex-Conventillo El Nacional y el Café y Bar Izmir. Ambos son parte del Patrimonio Cultural de Buenos Aires y de los pocos del barrio que con esas características quedan aún en pie
Hoy hablaremos del Conventillo. Necesitaremos recorrer un poco de historia. Ya en 1853, en el Preámbulo de nuestra Carta Magna se especifica que la misma era “para los habitantes de la Nación Argentina” y “... todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino...”. La exigencia de cubrir puestos de trabajo para sostener el modelo agroexportador y de expansión programada hizo que la política estatal se encaminara a incentivar la inmigración. Algunos slogans como “Poblar el desierto” o “gobernar es poblar” reafirmaban políticas tendientes a resolver las necesidades inmediatas de mano de obra y al poco tiempo, con un predominio de italianos y españoles, se inició el proceso creciente de llegada de grandes oleadas inmigratorias. El hambre, la desesperación y la falta de expectativas, consecuencia de las políticas internas de los estados europeos y de los diversos conflictos armados regionales, potenciados con la Primera Guerra Mundial, determinaron tanto el flujo como el lugar de origen de los migrantes. Durante los últimos años del siglo XIX y las primeras tres décadas del siguiente las dársenas del puerto de Buenos Aires fueron testigos de la llegada de aquellas muchedumbres de distintos países.
Villa Crespo, ubicado hoy en el centro geográfico de la ciudad de Buenos Aires, pertenecía en sus inicios al ámbito del arrabal; hacia 1880 existía como extensos pastizales anegadizos que incluían unas pocas y dispersas quintas. A mediados de esa década llegaría la Fábrica Nacional de Calzado que vio conveniente la adquisición de unas 30 hectáreas en esta zona prácticamente despoblada, con terrenos baratos y un arroyo próximo, el “Maldonado”, útil para arrojar los deshechos industriales. Esta industria en franca expansión respondía a la formidable demanda de calzado por el vertiginoso aumento de población, “polo de atracción” para quienes buscaban empleo, fue determinante para la conformación del nuevo barrio. La experiencia empresarial contemplaba ofrecerle vivienda a los empleados. Primero los alojaron en los edificios de la fábrica, luego construyó una gran casa de inquilinato, conocida como Conventillo El Nacional, a metros de sus oficinas centrales y, en la medida que fue necesario, se impulsaron loteos para la compra a crédito de pequeños terrenos para la edificación de casas obreras. Sin embargo, en los años siguientes este proceso derivó en la aparición, en torno al núcleo fabril fundacional, de pequeños inquilinatos que albergaban a varias familias. De tal forma el barrio fue creciendo y afianzándose con una variada población que llegaba ansiosa buscando un mejor futuro.
Desde 1890 a 1930, quedó en Argentina un saldo migratorio de más de tres millones de nuevos pobladores. De la diversidad cultural de Villa Crespo surgió una buena relación entre criollos e inmigrantes provenientes de muy diferentes lugares, la que fue manifestándose en los patios de estos conventillos o casas de inquilinato y en los cafés que fueron apareciendo, donde el “gringo” mitigaba parte del desarraigo a partir del ocio y el entretenimiento entre parroquianos de iguales costumbres.


"El Conventillo de la Paloma". Obra digitalizada.
Archivo Carlos Szwarcer


El Conventillo El Nacional, llamado también el “Conventillo de la Paloma”, llegó a tener más de cien habitaciones ubicadas en cuatro cuerpos. Un pasillo extenso y angosto de una cuadra recorría internamente la manzana, con entrada por Serrano 148-156 y otra por Thames 139-147. Fue el lugar que sirvió de inspiración para el sainete más famoso del autor Alberto Vacarezza, quien había vivido en el barrio y ubicó en escena a los nuevos arquetipos que convivían en piezas, patios y zaguanes: el tano (italiano), el gallego (español), el ruso (judío ashkenazí), el turco (judío sefaradí y otras etnias procedentes del viejo Imperio Otomano), etc. La obra, que tuvo como principal protagonista a la actriz y cantante Libertad Lamarque, fue estrenada en teatro en 1929 con un espectacular éxito (más de 1000 representaciones). Su argumento se basó en los amores de una hermosa fabriquera llamada Paloma. En cine se estrenó con el mismo título en el año 1936.
A más de un siglo de la construcción de este Conventillo, los asistentes a la recorrida barrial nos preguntaban si la tal Paloma verdaderamente había vivido allí. Más allá de que la heroína tenga un correlato histórico o sea un mero mito producto de la ficción, este edificio paradigmático por donde pasaron tango, lunfardo, compadritos y cocoliche, sí es real y, después de un siglo sigue milagrosamente en pie, aunque deteriorado y con signos de depredación (su hermosa fachada de madera labrada ha sido parcialmente extraída) evidencia que cien años después sigue siendo ámbito de inmigrantes, de otros orígenes, con otras músicas y otras voces, producto de las migraciones internas, de nuestras provincias y de países vecinos.
¿Qué pasó en la Argentina en estos últimos 100 años? Hay mucho para reflexionar. Nos resistimos a creer que el tiempo pase en vano. Aparecen tristes paradojas en estas épocas en que la cybercultura o la globalización se han impuesto y se hace cada vez más necesario conservar los sitios que tienen un fuerte valor histórico para la comunidad y, obviamente, preservar las identidades que le dan sentido a cada lugar, en este caso la rica diversidad cultural del Buenos Aires cosmopolita que se recrea, tanto como el patrimonio cultural propio de cada rincón de nuestro país. Pero nuestra preocupación no pasa solamente porque edificios, costumbres o tradiciones se salvaguarden, sino porque además observamos que, contra toda lógica, nuestra Argentina de pleno siglo XXI incomprensiblemente nos remite a ciertas situaciones del siglo XIX, cuyos contenidos contradictorios nos consternan y desorientan: aún cuestionando las condiciones generales y el deplorable estado de salubridad de aquella época lejana, criollos e inmigrantes sentían entonces que una joven y pujante nación los cobijaba, que tenían trabajo y esperanza. Hoy... más de un siglo ha pasado. Llegue cada uno a sus propias conclusiones.

Carlos Szwarcer
Publicado en:Revista de Estudios Culturales del CECAO. Año II Nº XIX. Mayo de 2004. Córdoba. Argentina.

miércoles, 17 de marzo de 2004

HECHIZO SEFARADI

por Carlos Szwarcer


José tiene más de 80 años. Nació en Villa Crespo, Buenos Aires. Su niñez estuvo estrechamente ligada a la calle Gurruchaga al 400 y sus cercanías, creció en “el medio de la Yudría”, sector del barrio en el que se concentraban los sefaradíes de habla judeo-española. El lugar tenía características muy especiales que sobresalían aún dentro del universo multicolor de Villa Crespo, donde los ashkenazíes (1) eran inmensa mayoría entre los judíos. Todos ellos coexistían con españoles, italianos, musulmanes, griegos, armenios, etc., pero desde las primeras décadas del siglo XX, Gurruchaga, ubicada entre Corrientes - por entonces llamada Triunvirato – y Camargo, fue una típica callejuela de Izmir (Esmirna).
En verdad, José, apodado “Pepe”, no era sefaradí... pero lo parecía; era descendiente de una de las tantas familias de origen español de los inquilinatos donde convivían entremezcladas parentelas de distintas etnias, humildes y trabajadoras. La mayoría de los amigos de Pepe eran “turcos sefaradíes” y conocía a la perfección sus costumbres, a tal punto que, se podría decir, era uno de ellos. Si hasta iba con aquella “barrita sefaradí”, a la tardecita, al templo de Camargo al 800 para ganarse unas monedas de propina ayudando a distribuir las kipás (2) a los varones que ingresaban a orar.
Los años 30 del siglo pasado fueron difíciles, aunque dentro de una coyuntura de crisis, generalmente las familias se conformaban con poco. Los testimonios tienden a recordar lo cotidiano desde aspectos muchas veces presentados bajo un barniz de felicidad, producto de un tiempo que parece haber sido disfrutado con pequeñas cosas y aún las dificultades, derivadas de una incómoda situación económica, hoy son expresadas desde el humor o rememorando picardías o travesuras.
Pepe cuenta que su “hermano trabajaba en la pollería de la calle Gurruchaga, pelaba pollos y mi mamá me mandaba a comprar allá. Los huevos rotos los vendían más baratos y yo iba con una “lechera” y le decía a Gallizy - el dueño del local - ‘Hola, don Juan, dice mi mamá si me puede dar una docena de huevos rotos’. Y él me contestaba ‘Sí, claro, andá, decile al Cholo’. Y yo le decía a mi hermano, que se iba al fondo, agarraba los huevos sanos, los golpeaba y los tiraba a la lechera, pero en vez de 12 tiraba como 50 huevos y cuando salía yo le decía ‘Dice mi hermano que ya está don Juan’. ‘A ver, qué te voy a cobrar si están todos rotos’ y no me cobraba nada”. Con el rostro encendido y nostálgico por el recuerdo de esa artimaña Don Pepe continúa: “Y mi mamá pisaba todo, con cáscara y los colaba y hacía una masita que le enseñaron los turcos (sefaradíes), que le llamaban "pan esponyado", pan de España, después con lo que le quedaba le agregaba un poco de harina y estiraba la masa con una cuchara y se hacía como un huevo frito y hacía unas masitas: ‘Mulupitas’ y llevaba la fuente a la panadería para que se la hornearan. Aprendimos de los turcos... comíamos a cuturadas.” (3). Ríe a carcajadas.
Asegura conocer muchas temas que cantaban los turcos y hurgando en su memoria, en tanto se humedecen sus ojos claros, alcanza a revivir con cierta dificultad, pero mucha alegría, algunos fragmentos: “Ay! Yo me la llevé / abajo del puente / cuántos cuentos le conté / ni me lavo ni me peino / ni te pongas la mantilla / hasta que venga mi novio de la guerra de Sevilla. Y Pepe sigue entonando Ay! Sí, ven Pupula ven / Pupula ven no te desbragues / que aquí nos pueden ver / toma por aquí toma por allí...”
Claro que fue tanto el contacto con el mundo sefaradí que se vio embelekado; las comidas, el cancionero, los refranes: “Mucho i bueno ke te de el Dió”, “Kamino de leche i miel ke se te haga” y, sobre todo, la “grazia de sus muyeres”, hicieron que se enamorara de la hija de un operario del templo sefaradí de la vuelta. La familia de la novia solamente le pidió que no se casaran por iglesia y les deseó “parida de hiyos”.
Sorprende escuchar en este criollo de apellido vasco, la perfecta cadencia y entonación de sus palabras en dyudesmo (4), tan cuidadosa y gratamente elegidas del baúl donde se guardan las vivencias más queridas, mientras se ilumina una vez más su rostro, como quién de pronto encontró un lugar y un tiempo en el que comenzó su felicidad.
Este testimonio, que es parte de la historia de una familia común de Villa Crespo, es reflejo de la convivencia e integración en un ámbito de diversidad cultural, donde el mundo sefaradí, como observamos, fue y sigue siendo una fuente de hechizo y seducción, muchas veces irresistible.

Notas:
1) Judíos de habla idish. / 2) Pequeño sombrero para cubrir la cabeza durante las ceremonias en el templo. / 3) En mucha cantidad./ 4) Denominado, indistintamente: ladino, judeoespañol, castellano antiguo, espanyol, españolit, etc.

Carlos Szwarcer
Publicado en “Los Muestros” Nº 54. Marzo de 2004. Bruselas. Bélgica.

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viernes, 6 de febrero de 2004

MUSEO MUNDIAL DEL TANGO - su inauguración -




Carlos Szwarcer entrevistando
a Horacio Ferrer.

El 22 de Diciembre pasado (1) se inauguró, en el Palacio Carlos Gardel, el Museo Mundial del Tango, ubicado en el 1º piso de Avenida Rivadavia 830 de la ciudad de Buenos Aires, dentro del ámbito de la Academia Nacional del Tango. Dependen de ésta y funcionan allí el Liceo Superior del Tango, el Conservatorio de Estilos “Argentino Galván”, la División Patrimonio y La Fundación Pro Academia Nacional del Tango.
Horas antes del acto de apertura del nuevo Museo pudimos dialogar con Gabriel Soria, quien junto al mítico Horacio Ferrer son los creadores del flamante espacio cultural. Soria, quien amablemente extendiera invitaciones especiales para dicho evento a este corresponsal y al encargado de Redacción de la Revista del Cecao, Jorge Lazzeri, manifestó su entusiasmo por el renovado interés que tiene el Tango en todo el país y por la concreción de tan ansiado proyecto.


El inicio del importante acontecimiento estaba anunciado para las 19,30 hs. Alrededor de las 14 hs. se observaba en el lugar un movimiento incesante. Las vitrinas permanecían con sus tapas de vidrio aún levantadas para que terminaran de ubicar cada reliquia en su justo sitio. La tensión y el apuro por llegar a tiempo con la programación y el despliegue de operarios y ayudantes fue nuestra primera imagen. Uno de ellos terminaba de recortar prolijamente una foto de Carlos Gardel para exhibirla en el lugar adecuado. Horacio Ferrer, con el nerviosismo natural de los momentos previos, estaba en todos los detalles, iba y venía ayudando a trasladar diversos objetos. Otro grupo probaba los equipos de sonido y video.

imagen
Mario Clavel y Carlos Szwarcer 

A las 19 hs gran cantidad de medios de comunicación cubrían la ceremonia. Subimos las amplias y lujosas escaleras, en tanto comentábamos cómo nos invadía una extraña sensación: estábamos participando de un verdadero hecho histórico. Funcionarios, periodistas, músicos y público en general con curiosidad y emoción circulaban por los varios salones que permiten recorrer las distintas épocas del Tango desde sus orígenes. La muestra, pensada en forma didáctica, está dividida en sectores por orden cronológico. Gigantografías espectaculares exponen las imágenes de célebres músicos y cantantes de todas los tiempos. Se lucen en los anaqueles una variedad de ediciones de libros y discos dedicados al Tango en nuestro país, como así también, rarezas de otras partes del mundo relacionadas con la temática. Varias vitrinas cobijan manuscritos amarillentos de célebres composiciones, pentagramas y programas de antaño, discos de pasta, y máquinas de escribir añosas con las que se tipearon alguna vez estrofas que marcarían épocas.
En una pequeña sala pudimos sentirnos cerca, en cierto modo, de grandes estrellas tangueras a través de alguno de sus atuendos: un vestido de Tita Merello o un frac que perteneció a Aníbal Troilo (Pichuco). Un recinto especial está dedicado a la exposición de fotografías de rostros de reconocidas figuras del ámbito tanguero, todas ellas tomadas por la notable fotógrafa alemana Annemarie Heinrich quien retratara a grandes personalidades de la cultura argentina.



Inaugurazione del museo
Carlos Szwarcer - Jorge Lazzeri - Oscar Suárez
El salón principal dispone de un breve escenario con espacio suficiente para una orquesta, allí se dijeron las palabras inaugurales. Horacio Ferrer, exultante contó, junto a Gabriel Soria, los pormenores del proyecto que se hacía realidad en esos instantes. Tras los agradecimientos a quienes apoyaron financieramente la idea, invitaron a compartir el micrófono a la cantante Susana Rinaldi que puntualizó la importancia de ese momento. En medio de sus palabras se produjo un inesperado apagón, quedando los invitados en total oscuridad. Sin embargo, las luces de varias cámaras que funcionaban gracias a sus baterías, alcanzaban a iluminar el escenario. “La tana” Rinaldi, haciendo gala de sus dotes actorales, alcanzó a decirle inmediatamente a Ferrer, bien fuerte como para que todos lo escuchen: “¡Esto es buena suerte... bajaron los ángeles! ¿Te acordás Horacio que lo mismo pasó cuando hace muchos años inauguramos `La Botica del Ángel, y que éxito tuvimos...?” Ferrer sonrió preocupado, seguramente pensando en cuantos minutos tardaría en volver la iluminación. Pero, apenas finalizadas las palabras de la cantante, mágicamente, se hizo otra vez la luz provocando el aplauso cerrado de la numerosa asistencia.
El Museo Mundial del Tango, lugar poblado de musas al que no se debe dejar de visitar, colaborará con la difusión de parte del acervo nacional. Pensado inteligentemente para que disfruten los amantes de la música en general y del Tango en particular contará, indudablemente, con la presencia de un cuantioso y variado público. Los argentinos y el turismo que llega a nuestro país agradecidos por esta atractiva propuesta cultural.
Notas:
1) 22 de Diciembre de 2003.
Carlos Szwarcer
*) Publicado en Revista de Estudios Culturales del Cecao. Año II Nº 16. Febrero de 2004. Córdoba. Argentina.
*) Texto ajustado para Letras-Uruguay - Espacio Latino.