miércoles, 26 de noviembre de 2014

A 50 AÑOS DE LA MUERTE DE JULIO SOSA. UN RECUERDO TANGUERO DE MI INFANCIA

Por Carlos Szwarcer

Mis padres me preguntaban ¿qué hacés escuchando a esos melenudos? Ávido de nuevas expresiones artísticas, era un pibe Inquieto y rebelde. La bandeja de mi prehistórico tocadiscos "winco" en ese 1964 no hacía más que girar con “A Hard Day's Night” (Anochecer de un día agitado), aunque en los programas radiales - sintonizados arbitrariamente por mi madre - casi no se escuchaba otra cosa que tangos, tangos y más tangos... "Los Beatles" irrumpieron impactándome hasta la médula, como a casi todos mis amigos del barrio.


Los acontecimientos de la niñez nunca pasan en vano. En esos años sesenta empezaron a mezclarse caótica y saludablemente en mi cabeza el tango con “la nueva ola”. Los cuatro de Liverpool y las incipientes bandas de rock and roll que comenzaban a popularizarse hicieron sospechar a mis padres que su hijo se estaba convirtiendo en un apasionado militante de música foránea y revolucionaria, o algo así, en fin…, y que “iba por mal camino”. De todas formas, el lavado de cerebro al ritmo del 2 x 4  ya había logrado su objetivo mediante mandato "paterno", "materno" y por la difusión del tango durante años en la radio, la televisión y el cine.

Intentaba enfrentarme o discutir con mis padres con un traicionero "a mí… el tango no me gusta". Pero la gran realidad era que en mi espíritu ya habían entrado -sin pedir permiso- el bandoneón de Aníbal Troilo, las letras de Discépolo..., y aquellas voces inigualables de Carlos Gardel y Julio Sosa que dejaron una surco profundo en mi corazón juvenil. Sus voces me atraían misteriosamente, me motivaban a escuchar con atención, era para mí imposible abstraerme - aunque intentara resistirme - del contenido de las letras maravillosas de esas canciones a través del sentimiento puesto por esos intérpretes.

Hacía décadas que Gardel se encontraba instalado en el alma de porteño...y, secretamente, en mi infancia fui uno de sus fans. No podía ser de otra modo:  "el Morocho del Abasto" me llegó con la fuerza del vendaval del mito y por el fanatismo gardeliano de mi madre que era una niña de seis años cuando su ídolo murió trágicamente y, casi enfermizamente, me llevaba al cementerio de la Chacarita no menos de dos o tres veces al año para rendirle culto al “Zorzal Criollo".

Sin duda, también me caló profundo Julio Sosa, su voz varonil y potente personalidad en memorables interpretaciones: Cambalache, La Cumparsita, María, Nada, En esta tarde Gris. La última copa. Uno, Sur y tantas otras. El "Varón del Tango", que había nacido en Las Piedras, Uruguay, un 2 de febrero de 1926 con el nombre de Julio María Sosa Venturini, había llegado a Buenos Aires en 1949, a los 23 años, con unas pocas monedas pero un gran bagaje de talento y sueños. En 15 años se ganó un lugar privilegiado en el mundo tanguero y una popularidad extraordinaria hasta que ocurrió ese inesperado accidente el 25 de noviembre de 1964 cuando a gran velocidad su auto deportivo DKW Fissores se estrelló en la esquina de Avenida Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla contra el pilar de hormigón armado del semáforo. Al día siguiente falleció en Sanatorio Anchorena. La triste noticia provocó una inmensa conmoción.

La gran cantidad de admiradores que quisieron estar presentes en el último adiós ocasionó que se lo velara en el "Luna Park”, y de allí partió el cortejo fúnebre, a pie, por Avenida Corrientes, a las 16 hs del día 27.


Recuerdo perfectamente ese día lluvioso. Tenía 11 años, y le dije a mi madre: "...vuelvo en un rato".... Caminé impaciente por Padilla, doblé en Acevedo hasta la Avenida Corrientes, a tres cuadras de mi casa. Me encontré con un mundo de gente esperando que pasara el ídolo... Nunca olvidé esa eternidad en aquella esquina de Villa Crespo en la que me quedé parado inútilmente entre la muchedumbre lánguida y apesadumbrada. Dos horas después decidí desandar le camino y volver a mi casa para que mis padres no se preocuparan por mi ausencia.

Triste, frustrado, no había podido ver pasar por mi barrio su cajón sembrado de flores bajo la garúa. Luego supe que el recorrido se había demorado por las muestras de cariño a lo largo del doloroso peregrinaje y que, finalmente, llegó al cementarlo de la Chacarita a las 22,10 hs. Ya cerrado, tuvieron que ingresarlo al Panteón de Sadaic en la mañana del día siguiente. Veinitres años después sus restos fueron repatriados y depositados en el panteón familiar en su ciudad natal, en la vecina orilla.

Detrás del velo de esos tiempos  el recuerdo me devuelve su estampa y su voz que continúan emocionándome. Fue para mí uno de los más grandes cantantes de tango de toda la historia. Por entonces, su recitado en “La Cumparsita”, aún sin comprenderlo del todo, me llegaba hasta los huesos: “porque el tango es macho… porque el tango es fuerte! Tiene olor a vida, tiene gusto... a muerte”. Y no sé porqué me quedaba extasiado y meditabundo con su extraordinaria interpretación de “Uno”: en esos versos magistrales de Enrique Santos Discépolo, Julio Sosa con su voz épica y quejumbrosa ya me presagiaba que “… uno va arrastrándose entre espinas, y en su afán de dar su amor, sufre y se destroza hasta entender que uno se ha quedao sin corazón”. 


Carlos Szwarcer © Noviembre 2014