sábado, 27 de septiembre de 2003

GARDEL Y EL TORTONI


imagenBuenos Aires, ciudad varias veces centenaria, conserva sitios históricos que resistieron el paso de los años, algunos de ellos se transformaron, por ejemplo, en interesantes museos que invitan a un recorrido fascinante por el pasado, otros son visitados por el magnífico atractivo de la Historia que por allí “pasó” y que aún “pasa”, es decir, lugares que tienen absoluta vigencia. Este es el caso del sempiterno Café Tortoni, el más antiguo - en pie - de la ciudad, que desde 1858, año de su fundación, hasta nuestros días, es centro de peregrinación de buena parte de la sociedad.

¿Qué busca el visitante en sus salones sino el encuentro, la reunión, un aroma, disfrutar de la estética de sus ambientes o sus vitreaux, contemplar las pinturas y obras de arte de importantes artistas que se exhiben en sus añosas paredes custodiadas por altísimas columnas de capiteles jónicos?. Pero tal vez entre tantos motivos posibles existe un anhelo por descubrir en su interior algún detalle que los transporte - casi como en un viaje místico - a cierto rincón en el que estuvieron personajes encumbrados o se gestó un hecho memorable. Este es uno de los recursos para revivir otras épocas: el contacto con el ámbito donde sucedieron los acontecimientos.

El Tango, parte innegable de la cultura de Buenos Aires, también estuvo y está presente en el Tortoni. Si bien, desde fines del siglo XIX, la nueva expresión musical fue abriéndose paso desde los suburbios para afincarse en el corazón de la ciudad, haciendo suyo principalmente el espacio de la calle Corrientes; coincidentemente con la génesis del nuevo ritmo se inauguraba la Avenida de Mayo en 1894, la que también le haría un lugar en sus concurridos locales.

El Tortoni, cuyo dueño por entonces era Monsieur Celestin Curutchet, tenía entrada por la calle Rivadavia. Las obras de modernización urbana le dieron la posibilidad de tener otra puerta de acceso por la nueva avenida. Aunque desde sus comienzos esta arteria adquirió una gran influencia hispánica tanto en su arquitectura como en sus manifestaciones artísticas, en sus cafés, peñas y teatros el tango tendría una notable aceptación y difusión. Como no podía ser de otra manera, su ídolo máximo, Carlos Gardel, como veremos, transitó el Tortoni.

Con el don de su garganta privilegiada y un estilo tan particular ”el zorzal criollo” sedujo a multitudes, captando también la atención de un público selecto, habituado a la llamada "música culta”. Esta amplia aceptación fue posible, entre otros aspectos, por su voz de barítono, que para algunos especialistas poseía las virtudes de “un cantante de cámara”.

En todo caso su entonación, naturalmente perfecta y espectacular, se fue enriqueciendo con variados matices y ornamentos incorporados en su juventud a través del contacto con intérpretes tan diversos como payadores y cantantes de ópera. Al parecer, esa fusión ocurrió en sus periplos entre decorados y bastidores de teatros, cuando oficiaba de utilero, y a su pertenencia a una “claque” en las actuaciones de cantantes líricos. Se le atribuyen varias anécdotas en las que aparece imitando a grandes figuras de la ópera como al tenor napolitano Enrico Caruso, al barítono Titta Ruffo, etc. Ciertamente su cantar era parte de una gran personalidad que combinaba técnica, presencia, donaire y elegancia. Sólo un artista cautivante con esas extraordinarias condiciones interpretativas pudo llegar profundamente a la sensibilidad de todo público y ser admirado en muy distintos medios, en diferentes países y culturas.

Sabido es que Gardel, en sus primeros tiempos, fue invitado por poderosos caudillos políticos a reuniones multitudinarias, sin embargo, se fue ganando el fervor popular desplegando su talento en las permanentes actuaciones en cafés, teatros y finalmente en el cine. También sería convocado a distinguidas recepciones o veladas aristocráticas en torno de grandes personalidades, tanto en la Argentina como en el exterior. Fueron célebres sus presentaciones ante figuras de renombre, algunas de ellas obtendrían el premio Nobel de literatura: Jacinto Benavente y Luigi Pirandello, otras, intelectuales de la talla de Ortega y Gasset o famosos del séptimo arte como Charles Chaplin. No faltaron las lujosas fiestas privadas con miembros de la realeza europea, por ejemplo, los homenajes al Príncipe de Piamonte, Humberto de Saboya o Eduardo de Windsor, Príncipe de Gales.

Efectivamente, en una recepción a Jacinto Benavente cantaron Carlos Gardel y José Razzano. El dramaturgo español, en gira por el continente americano, había llegado a Buenos Aires a mediados de 1922 y se presentaba en el teatro Avenida. Ciertos seguidores y detallistas de la vida del cantante aseguran que aquel encuentro en honor a Don Jacinto, y en el que el dúo finalizó con la canción “Mano a Mano”, se habría producido en el Café Tortoni.

No obstante, la más trascendente participación de Gardel en el Tortoni, y suficientemente documentada, fue en ocasión de brindársele un homenaje a Luigi Pirandello. El famoso dramaturgo siciliano había arribado a la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires en el barco “Re Vittorio”, horas antes de debutar con su Compañía en el Teatro Odeón el 15 de Junio de 1927, cuando presentó su obra “Diana e La Tuda”. Días después fue invitado a un agasajo en el subsuelo del Tortoni, donde funcionaba “La Peña”, que a un año de su fundación ya era reconocida como un “prestigioso cenáculo artístico”. En la madrugada del día 26 de ese mes, en la antigua Bodega del café, Pirandello, próximo a cumplir los 60 años, pudo deleitarse con la actuación del “Morocho del Abasto”.

La velada comenzó varias horas antes, en la noche del 25. Las crónicas de la época informan que hubo numeroso público, especialmente gente de las artes y las letras que concurrieron a la anunciada fiesta. Precediendo la llegada del agasajado ejecutó tres piezas clásicas el pianista Herberto Paz, recitó el poeta Soler Darás, cantó Antonieta Silveyra de Lenhardson - quien años después sería renombrada cantante del Teatro Colón - y María Suasnábar interpretó al piano motivos folklóricos. Relató varias fábulas el Sr. Carlos Prina y el poeta Enrique Méndez Calzada - colaborador en el diario “La Nación” y en “Caras y Caretas”- realizó una “charla humorística muy festejada”. Más tarde el barítono ruso Gregorio Scetloff cantó dos composiciones populares.

La llegada de Pirandello se produjo poco después de la media noche, al concluir su función en el Teatro Odeón. Ingresó al Tortoni, en medio de calurosas manifestaciones de afecto, acompañado por parte de su elenco: la primera actriz Marta Abba (además de amante, musa inspiradora del escritor), la actriz Tiziana Malaberti, los actores Lamberto Picasso y Piero Carnabucci y el empresario teatral Sr. Alzati.

El notable caballero, oriundo de Agrigento y mundialmente admirado, se sumergió con sus acompañantes en el recinto del subsuelo del café. Las luces iluminaban tenuemente la “tez mate, ligeramente apergaminada” de este hombre de estatura mediana, extrema delgadez y andar “silencioso y escurridizo”.

La bienvenida al futuro premio Nobel de Literatura (1934) estuvo a cargo del narrador y dramaturgo Roberto Mariani, en nombre de la “junta ejecutiva de La Peña”, este intelectual vanguardista, que fuera redactor del diario Crítica, presentó al invitado de honor con “breves palabras” y “oportunos términos” comenzando el acto especialmente preparado y que contaba también con la presencia del pintor Quinquela Martín.

Antonieta Silveyra de Lenhardson, acompañada al piano por Herberto Paz, esta vez cantó dos composiciones de López Buchardo y Julia Puigdéngolas con Pedro Jiménez, secundados por el “dúo criollo” Gómez - Marino ejecutaron “danzas autóctonas”.

Como broche final se presentó Carlos Gardel, acompañado por sus guitarristas Guillermo Desiderio Barbieri y José Ricardo, interpretando: Mi noche Triste, Rosas de Otoño y Senda Florida. Los temas fueron excelentemente recibidos por Pirandello, quien escuchó con suma atención al “estilista” en aquellas “canciones populares porteñas y pampeanas”, temas así definidos por los diarios de la época.

Al parecer, sin desmedro de los otros números artísticos, fue esta parte del espectáculo la que pareció disfrutar más el ilustre invitado. “Discreto y humilde”, de “parcos ademanes” y “sonrisa leve y melancólica”, se sensibilizó notablemente con la inigualable voz y el arte escénico de Gardel. Aseguran, algunos autores, rememorando esa noche, que hubo una singular expresión de admiración en el rostro del literato italiano al escuchar al cantante argentino que desbordaba vitalidad, y que en ese entonces contaba con treinta y siete años y una carrera artística en pleno ascenso.

Al finalizar su actuación Gardel y sus guitarristas debieron retirarse para hacer frente a otros compromisos. Finalmente interpretaron Marta Abba y Lamberto Picasso una escena de la comedia dramática de Pirandello “Il placere dell’onestá”, que fue muy aplaudida. Mientras las agujas del reloj rondaban las dos la madrugada cerró el acto el dramaturgo homenajeado con breves palabras de agradecimiento a los artistas argentinos. También la prensa italiana se haría eco de este acontecimiento cultural mencionando, a tal efecto, las “canzoni popolari di Carlo Gardel”.

Con el tiempo pasaron innumerables voces y orquestas tangueras por la Bodega y por el Palco del salón principal del café, pero es necesario recordar un hecho de importancia en la historia del Tango, ocurrido también en el ámbito del Tortoni: en su subsuelo, a principios de 1932 debutó “La Orquesta Porteña” de Juan de Dios Filiberto, interpretando “Malevaje”.

El paso de Carlitos Gardel por el Tortoni ha sido mencionado en las estrofas del tango “Viejo Tortoni”, con letra de Héctor Negro y música de Eladia Blázquez, en el que un verso destila una ilusión: “Se me hace que escucho la voz de Carlitos, desde esta Bodega que vuelve a vivir”.

Si levantamos la vista hacia la izquierda de la puerta de ingreso al Tortoni, por Avenida de Mayo, observamos un fileteado que lleva la firma de Theodil-Deneu: sobre un fondo negro, con dibujos en distintos matices de ocre, emerge la figura del cantante sonriente y con sombrero. Las letras grises y bordó de un texto que juega con la relación Tortoni -Gardel- Buenos Aires sentencian: “CAFÉ TORTONI - PORTEÑO COMO CARLITOS”.

Ya en el interior del café encontramos otras tres obras dedicadas al Zorzal. En el salón principal existe una carbonilla de 1947, cuyo autor es Angel Fadul: se observa al cantante de tres cuartos de perfil y con el nudo de su corbata ligeramente flojo, hacia un costado. Un dibujo fechado en 1985, obra del Dr. Luis Alposta, miembro de la Academia Nacional del Tango y de la Academia Porteña del Lunfardo, representa espléndidamente, en ligeros y simples trazos, la imagen inconfundible del rostro de Gardel esbozando su eterna sonrisa; debajo lleva escrito con letra cursiva el fragmento de un tango “... Cuando se eleva tu canto, como se aclara la vida...” Finalmente, un busto de bronce, obra del escultor y orfebre catalán A.Sabaté Oliver, nos ofrece un Gardel otra vez sonriente y con sombrero.

Carlos Gardel y el Café Tortoni, el representante máximo del tango y el más famoso café de la ciudad, son dos íconos entrañables de Buenos Aires que, además, afortunadamente coincidieron en un tiempo. Un lugar y un ídolo popular que dejaron su impronta en esta hermosa ciudad, a la que caracterizan y enriquecen con sus valiosas historias.

Carlos Szwarcer.
Artículo publicado en “Buenos Aires Cultural”. Año 8 Nº 96. Pág.19 a 21. Setiembre de 2003 Bs. As. Argentina.
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